Últimamente han estado pasando un montón de cosas en el Mutaverso. Desde el inicio de este año, hemos estado divididos en múltiples eventos y proyectos — digo hemos porque además la colección de mutantes ha crecido rápidamente también — y eso me ha hecho mucho más difícil compartir historias y aprendizajes de todo lo que está pasando en el mundo. La semana pasada hicimos un experimento compartiendo las ideas de una nueva historia en desarrollo para recibir feedback en vivo de nuestra nueva comunidad en Circle — si no te has registrado aún, deberías hacerlo — y eso ha sido útil para recuperar el ritmo. Lo cual es una larga manera de agradecerles la paciencia mientras hemos estado ordenando un poco la casa.
La historia que compartí la semana pasada en Circle tiene que ver con el hecho de que estamos viviendo mucho. Mucho muchísimo:

En los últimos cien años, la expectativa de vida al nacer alrededor del mundo ha llegado a casi duplicarse. Los avances en la ciencia médica en el último siglo — no solamente vinculados directamente a la medicina, sino también a la nutrición, al ejercicio, y demás — han resultado en que ahora las personas pueden vivir muchísimo más que en el pasado. Si nos basamos en el gráfico anterior, hasta mediados del siglo XIX la expectativa de vida prácticamente se había mantenido siempre plana en algún lugar entre los veintimuchos y los treintaipocos para la gran mayoría de gente. Incluso hasta hace unas pocas décadas, escuchábamos de personas que superaban los 100 años de edad como notas anecdóticas en el noticiero de la mañana. Hoy día, superar los 80, 90, o 100 años se ha vuelto una moneda cada vez más común.
Para quienes estamos en el Perú, esta data es especialmente relevante porque estamos en medio de una discusión — bastante desordenada, politizada, y esencialmente improductiva — sobre la reforma del sistema pensionario, y cómo creamos las condiciones para que las personas puedan asegurarse de vivir una vida digna cuando ya no son parte de la población económicamente activa. Es decir: cómo pagas las cuentas luego de que ya te jubilaste. El diseño de estos sistemas es complicado y tiene consecuencias muy reales durante mucho tiempo, como el hecho mismo de que en buena medida el sistema que tenemos en el Perú en el presente ha fallado en cumplir con sus objetivos. Y es un diseño que se vuelve aún más complicado precisamente por el hecho de que ahora vivimos más: es muy diferente prepararse para la jubilación de una persona con una expectativa de vida de 70 años, que una de 90 años o más.
Porque además, en medio de esa consideración tenemos que preguntarnos: ¿cuánto más puede seguir subiendo la línea en ese gráfico? ¿Cuánto más podemos vivir?
Y de pronto aparece la inteligencia artificial y, como con muchas otras cosas, empieza a alborotarlo todo.
Drogas
Hay tres maneras en las que me puedo imaginar el impacto de la inteligencia artificial en la longevidad humana. La primera, y la que más estamos viendo realizarse rápidamente, es en el descubrimiento de nuevos posibles fármacos que puedan convertirse en medicamentos viables.
La industria farmacéutica es por supuesto gigantesca, e invierte cantidades alucinantes de tiempo y dinero en la exploración de nuevas moléculas que puedan potencialmente afectar diferentes condiciones médicas. Este es un proceso lento y costoso: científicos especializados en laboratorios avanzados tienen que evaluar cientos, sino miles de moléculas posibles una por una a través de múltiples rondas de experimentación hasta encontrar, si tienen mucha suerte, un fármaco que sea médica y comercialmente viable luego de muchos años. La naturaleza de este proceso termina sesgando muchas veces la investigación hacia aquellas condiciones con un mercado más grande por el hecho de que tienen mayor probabilidad de ocurrir, dejando muchísimas enfermedades sin ningún tipo de investigación.
Muchas personas albergan la expectativa de que la inteligencia artificial puede acelerar radicalmente este proceso. En primer lugar, porque los algoritmos pueden consumir y procesar investigación científica de manera mucho más comprehensiva que los investigadores humanos: sabemos que existe tanta investigación nueva publicada todo el tiempo que en promedio un paper científico es leído por unas diez personas, lo cual quiere decir que una enorme cantidad de investigación científica terminará siendo ignorada a pesar de poder contener información muy valiosa. Pero esto no es un desafío para un algoritmo que puede revisar todos los papers disponibles digitalmente en busca de evidencia del potencial de una posible molécula. De pronto toda esa información invisible puede saltar a la luz de una manera que un equipo humano probablemente nunca encontraría.
En segundo lugar, un algoritmo puede modelar, simular y descartar posibles moléculas muchísimo más rápido de lo que tomaría hacerlo experimentalmente. En buena medida, el proceso de descubrimiento de fármacos es un proceso de ensayo y error, donde la mayoría de ensayos terminarán siendo errores. La inteligencia artificial quizás no puede decirnos precisamente cuál es la molécula correcta que reaccionará de manera predecible y consistente en un organismo humano — pero sí puede señalarnos mucho más rápidamente cuáles tienen poca o nula probabilidad de funcionar.
El solo hecho de acelerar el proceso de eliminación y reducir el universo de posibles caminos por sí solo significa ahorrar años de investigación y enormes cantidades de dinero. A su vez, eso quiere decir llegar a moléculas viables mucho más rápido y a un menor costo — haciendo que, al mismo tiempo, condiciones que podrían considerarse hoy como económicamente inviables puedan recibir progresivamente mucha más atención.
Diagnósticos
Si nos alejamos un poco más en el espectro especulativo, podemos imaginar un futuro en el que la medicina personalizada se vuelve algo completamente normalizado. Hoy día, las dificultades logísticas y financieras de mantener nuestros sistemas de salud funcionando resultan en que el tratamiento médico tiende a ser bastante formulaico y estandarizado: tratar de llegar al diagnóstico más preciso posible en el menor tiempo y al menor costo posible para poder seguir atendiendo a más pacientes continuamente. En pequeñas interacciones de 15 minutos es poco factible que un profesional de la salud pueda familiarizarse con toda la historia médica de la persona y de su familia, evaluar toda su información de salud, y además calibrar un diagnóstico en función a la información precisa de su fisiología.
La inteligencia artificial no tiene esas limitaciones. Una IA puede considerar no solamente toda la información en la historia clínica de un paciente, sino también enormes cantidades de información adicional que pueden tener una relevancia médica indirecta: información nutricional, información sobre su actividad física, sobre su historial de viaje, sobre sus patrones de sueño, su nivel de ocupación, y un largo etcétera. Una IA puede considerar otros casos similares que pueden haber aparecido alrededor de la ubicación geográfica o el grupo etáreo del paciente. Y puede formular recomendaciones que tienen en consideración su historial de indicadores fisiológicos y reacciones con otras medicinas que podría estar tomando.
Este nivel de personalización no solamente sería hoy excesivamente caro: sería de plano imposible de realizar. Pero a medida que más información sobre nuestra vida cotidiana es capturada por dispositivos que no necesariamente son médicos — por ejemplo, un Apple Watch — tenemos acceso a mejores fuentes de información sobre lo que afecta a las personas a nivel individual.
Pero de esto no se sigue que veremos a los doctores siendo reemplazados por algoritmos. No se trata simplemente de darle a la inteligencia artificial poder de decisión sobre nuestros asuntos médicos. Se trata más bien de que pueden convertirse en un excelente complemento para la práctica de la medicina: porque pueden llamar la atención de manera oportuna y relevante hacia la información personal del paciente que un médico podría haber pasado por alto, o no haber tenido acceso. Podemos imaginar un futuro en el que nuestra IA de salud personalizada acumula continuamente nueva información sobre nuestros hábitos y síntomas y sirve como una extensión individualizada del cuidado especializado. Los agentes médicos podrían convertirse en una nueva interfaz de salud que personalicen y optimicen nuestra interacción con profesionales y sistemas de la salud a través de nuestras vidas.
Singularidad
Empecé a explorar la intersección entre inteligencia artificial y longevidad tras escuchar a Ray Kurzweil durante una sesión de SxSW este año. Kurzweil es uno de los futuristas y tecnólogos más reconocidos del mundo, y es la persona que acuñó el concepto de la “singularidad tecnológica”: la idea de que en un futuro no muy lejano, el progreso incremental en la computación alcanzará un punto en el que las máquinas desarrollarán un nivel de inteligencia superior al de la humanidad — y que es imposible predecir qué pasará luego de que eso ocurra porque marcará un punto singular en la historia.
Kurzweil viene hablando sobre el progreso de la inteligencia artificial hace décadas y por eso fue fascinante escucharlo ahora que la IA generativa se ha convertido en una tecnología revolucionaria disponible para todo el planeta a través de teléfonos inteligentes. Kurzweil es al mismo tiempo un determinista tecnológico — considera que es el progreso tecnológico el que marca el curso de la historia humana — y un optimista que piensa que la tecnología nos está llevando hacia un lugar mejor. En su evaluación, el progreso reciente en el campo de la IA respalda su expectativa de que estamos encaminados hacia una singularidad, a la cual incluso le pone fecha: para el año 2045 habremos alcanzado el punto de la singularidad tecnológica, mientras que para el año 2029 tendremos ya interfaces inteligentes virtualmente indistinguibles de una interacción humana.
Según Kurzweil, es en las próximas dos décadas que la humanidad alcanzará “velocidad de escape de la longevidad”, cuando nuestro progreso tecnológico empiece a extender la vida más rápido de lo que la vivimos. En ese escenario, la vida humana empezará a alcanzar con normalidad horizontes de 150, 200, o 500 años, porque habremos desarrollado la tecnología para extender la vida lo suficiente para alcanzar el punto de la singularidad tecnológica — tras lo cual, tendremos disponible la tecnología que nos permita transferir por completo toda nuestra cognición a un soporte no-biológico. En otras palabras: con la singularidad tecnológica podremos transferir nuestra conciencia a cuerpos sintéticos que podrían en teoría vivir para siempre. La muerte dejará de ser un problema por el que tengamos que preocuparnos.
O también podemos imaginar un escenario en el que desarrollamos suficiente capacidad computacional como para poder simular de manera efectiva una conciencia humana. Llegado ese punto, podríamos transferir nuestra conciencia no a un cuerpo sintético, sino a una representación virtual de nuestro cuerpo — a un avatar, esencialmente — y seguir viviendo de manera indefinida en un mundo virtual. Podemos imaginar futuros en los cuales en lugar de tener cementerios para visitar a nuestros seres queridos fallecidos, podemos tener interacciones completamente reales con ellos en algún tipo de metaverso en el cual persisten de manera simulada. En el que incluso podrían seguir viviendo sus vidas y generando nuevas memorias y experiencias.
Efectos secundarios
Lo que terminó llamando más mi atención en todo este hilo — aunque ciertamente no más que la idea del metaverso como un cementerio persistente — fueron las posibles consecuencias invisibles que podrían seguirse de todo esto. Incluso si las predicciones de Kurzweil no se llegan a cumplir, es muy razonable asumir que por algún otro camino la IA va a terminar teniendo un impacto significativo en la salud humana y en nuestra longevidad. En el pasado, escuchar de una persona que superaba los 100 años de edad era suficiente para terminar en las noticias, mientras que hoy se ha convertido en una moneda cada vez más común. Y nuestra sociedad no ha sido pensada para que las personas vivan tanto tiempo.
Si volvemos sobre el ejemplo del que partí: los sistemas de pensiones y otros servicios financieros no fueron imaginados para escenarios como estos. Un sistema de pensiones que garantice los medios para subsistir hasta el fallecimiento tiene que funcionar de manera muy distinta cuando la expectativa de vida es de 150 años. Al mismo tiempo, no se trata solamente de decir que si vivimos más entonces tenemos que trabajar más: hemos visto hace unos meses las intensas protestas en Francia ante el intento del gobierno por subir apenas dos años la edad de jubilación. No es una modificación que las personas vayan a tomar a la ligera.
Pero no son solamente los servicios financieros los que se ven distorsionados. Muchas de nuestras relaciones y nuestros vínculos cobran un sentido muy distinto cuando de pronto vivimos mucho más tiempo. Como dijo la escritora mexicana Ángeles Mastretta, “el amor para toda la vida se inventó cuando el promedio de vida eran 30 años. Ahora que es de 70, ¿qué se hace con los otros 40?”. En un mundo en el que podemos vivir mucho más tiempo, de pronto podemos también vivir muchas más vidas. Conocer mucha más gente, establecer muchos más vínculos. Con una vida mucho más larga, la manera como pensamos en las parejas y en las familias podría transformarse significativamente a medida que construimos redes de vínculos más complejas a lo largo de varias décadas.
Tampoco podemos asumir que estas prolongaciones de la vida humana estarán inmediatamente disponibles para toda la humanidad — de la misma manera que las mejores opciones médicas en el presente no están equitativamente distribuidas, sino que reflejan de manera muy cercana una curva de nivel socioeconómico. A todas las formas de desigualdad ya existentes podríamos terminar agregando una nueva disparidad etárea con consecuencias inevitables en la gobernanza de nuestras sociedades: hoy día vivimos ya en un escenario en el que existe una brecha generacional significativa entre gobernantes y gobernados, que podría terminar volviéndose una brecha insalvable si la tendencia se radicaliza sin ningún tipo de corrección.
Y esta es solo una muestra de los múltiples impactos filosóficos, económicos, y psicológicos que podríamos empezar a observar como consecuencia de un longevidad espontáneamente prolongada. Parece muy razonable asumir que veremos la normalización de una vida más larga en los próximos años como consecuencia de tecnologías que están disponibles hoy, y eso ya será suficiente para introducir transformaciones importantes que anticipar en múltiples otros ámbitos.
Y a todo esto, la pregunta que me sigue dando vueltas es: ¿Queremos vivir más? Es imposible no pensar que el ser humano ha perseguido desde hace miles de años la "eterna juventud", la búsqueda por permanecer joven. Pero, ¿qué hay realmente detrás del deseo por ser más longevos? Mientras estos avances nos prometen prolongar nuestros años, es igual de importante reflexionar también sobre la calidad de vida durante ese tiempo adicional. No se trata solo de añadir años a la vida, sino de asegurar que esos años estén llenos de salud, propósito y bienestar. La manera en que envejecemos y la calidad de esos años adicionales son tan importantes como la cantidad. Al final, vivir más debería significar vivir mejor, con una vida plena y satisfactoria en cada etapa.
No sé cuánto nos toque finalmente vivir, pero si les parece agendamos una reunión para dentro de 100 años, vemos quién se aparece, y comparamos notas.
Eventos de la comunidad

Hace un par de meses nos juntamos con algunos miembros de la comunidad para hablar sobre esta historia. Si quieres escuchar la conversación completa, únete a nuestra comunidad en Circle.




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