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— ChatGPT, su compañero digital.

Para quienes no han estado siguiendo la telenovela en la que se ha convertido Twitter en los últimos meses, aquí mi resumen informado de la situación: Elon Musk es un idiota, la compra de Twitter fue una pésima idea, y la red social se ha convertido en una cosa horrible de la que solo vale la pena participar para contemplar la lenta decadencia en la que viene incurriendo desde hace un tiempo. Ese es el resumen actual de la situación.

Fue en octubre del año pasado cuando Elon Musk, CEO de Tesla y SpaceX y por entonces el hombre más rico del mundo, compró Twitter por $44 mil millones luego de una ridícula pelea con la dirección de la empresa en la que terminó viéndose obligado a cumplir con una oferta de compra aún cuando se había vuelto evidente de que era un mal trato. Apenas seis meses después, un Elon Musk con un patrimonio significativamente reducido (y ya no el hombre más rico del mundo) ha declarado un valor para la empresa de $20 mil millones. En apenas seis meses Musk ha destruido más valor monetario del que soy capaz de imaginar.

Pero este no es un artículo para burlarse de Elon Musk. Bueno, no es solamente para burlarse de Elon Musk, sino para mirar esta telenovela en busca de lecciones que podamos extrapolar. Musk tomó el control de una organización que había sufrido durante muchos años para encontrar su camino y para organizarse alrededor de la mejora significativa de un producto que tenía una incalculable influencia cultural. Luego procedió a eliminar a la mitad de los trabajadores, alienar a una parte significativa de los anunciantes, introducir una seguidilla caótica de cambios en la experiencia de usuario, reactivar las voces más tóxicas que la plataforma había silenciado durante años, y luego tratar de ofrecer un camino hacia adelante con una visión extraña de una superapp que no es Twitter y no tiene mucho sentido construir sobre Twitter ni con la carga de deuda que Musk le ha impuesto a Twitter con el objetivo de financiar su compra.

A pesar de esto, no faltan quienes me señalan con frecuencia de que hay algo que yo, o todos nosotros, no podemos estar entendiendo. Que no es posible que el hombre más rico del mundo pueda gastar $44 mil millones de manera tan visible sin tener una estrategia clara sobre lo que quiere hacer con la compañía. Se trata de Elon Musk, el visionario que ha introducido pánico en la industria automotriz, el soñador que está intentando hacer de la humanidad una especie interplanetaria. Hace apenas unos años, yo mismo habría dicho que Musk me parecía digno de admiración por su compromiso con esas visiones gigantescas que inspiraban a la humanidad a hacer cosas nuevas.

Ahora solo pienso que es un idiota. Un idiota con mucha plata, pero finalmente un idiota.

Aún así, como con toda tragedia griega, siempre hay lecciones y moralejas que podemos extraer — y como con toda tragedia griega, la lección más importante es que tenemos que cuidarnos de la hubris, de la arrogancia que nos ciega y nos impide tomar buenas decisiones. La trágica historia del rey Elon en la tierra de los pájaros aún no ha culminado, y esta última semana ha escrito un nuevo acto con la desactivación de la verificación tradicional de cuentas en beneficio de la nueva verificación de Twitter Blue por $8 mensuales. Y es por eso quizás un buen momento para preguntar: después de seis meses, ¿hay algo que podamos aprender de la tragedia del rey Elon en la tierra de los pájaros?

Creo que sí, y creo que tienen que ver con a quién escoges escuchar: a quién escoges escuchar entre tus usuarios, a quién escoges escuchar dentro de tu equipo, y a quién escoges escuchar como tus asesores y consejeros.

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