La palabra que más escuchamos hace unas semanas en el Future Mapping Workshop que organizamos junto con UTEC fue sin lugar a dudas “educación”. Para todos los equipos que participaron imaginándose cómo podría verse el futuro configurado por diferentes cambios en la cultura, los negocios, y la tecnología, la educación iba a jugar un rol central en determinar si esos futuros terminarían impactándonos positiva o negativamente. Dada la magnitud de los cambios que estamos experimentando, parece evidente que tendremos que repensar la manera como nos formamos y formamos a nuevas generaciones para sobrevivir y prosperar en estas condiciones de volatilidad.

Sin embargo, al mismo tiempo el problema es que cuando hablamos de educación hablamos de demasiadas cosas al mismo tiempo — a tal punto que ya ni siquiera podemos saber si es que estamos hablando de lo mismo. El paraguas de la educación involucra diferentes audiencias, momentos de vida, contenidos, metodologías, problemas administrativos, preguntas sobre tecnología, instituciones, regulación, y tantas cosas más. Creo que la razón por la que es tan difícil encontrar caminos razonables y soluciones creativas a los problemas de la educación es simplemente porque estamos hablando de demasiadas cosas al mismo tiempo.

Por lo mismo, creo que si queremos tener buenas conversaciones sobre qué queremos hacer con la educación, necesitamos hacer un regreso a la raíz y tener primero una conversación sobre el aprendizaje — sobre ese proceso aparentemente tan básico a través del cual los seres humanos adquirimos conocimientos y habilidades que antes no teníamos, y somos capaces de refinarlos con el tiempo. No me malentiendan: el aprendizaje es también un proceso complejo y lleno de matices y sutilezas, pero es finalmente lo que realmente queremos que pase. Si tenemos todo un aparato burocrático, operativo, e institucional para la educación, es porque lo que queremos es que el aprendizaje ocurra a escala.

Y ese aprendizaje hoy día se da bajo nuevas condiciones: en un entorno más complejo, que varía mucho más rápido, con mucha menos predictibilidad. Con mucha más información y más conexiones por explorar y entender. Lo que yo aprendí en el colegio está en buena medida obsoleto hoy, varios años después, o porque nuestro conocimiento del mundo ha cambiado o porque nuestra comprensión de cómo funciona mejor el aprendizaje ha evolucionado. Y eso está bien: el aprendizaje tiene que evolucionar junto con el mundo.

Si esto es verdadero, ¿entonces cómo deberían verse nuestros entornos de aprendizaje en el futuro? Soy de la humilde opinión de que tenemos que ver más allá de lo evidente y contemplar todas las posibilidades, buscar inspiración en todos los lugares que podamos, precisamente porque es un problema tan importante y que requiere de tanta creatividad. Los entornos de aprendizaje del futuro son también espacios de diseño y experimentación, cuya relevancia termina impactando la salud de nuestras democracias y la resiliencia y creatividad de nuestras economías.

Por eso tenemos que buscar inspiración en todas partes. Y por eso últimamente me encuentro pensando mucho en Hogwarts, la escuela de magia y hechicería al centro del universo de Harry Potter, porque de manera muy casual y sin mayor examen plantea una serie de posibilidades interesantes sobre cómo podrían verse los entornos de aprendizaje del futuro.

Arthur C. Clarke decía que las tecnologías demasiado avanzadas eran indistinguibles de la magia. Quizás bajo ese mismo espíritu podemos aprender cosas de una escuela de magia para un futuro configurado por la tecnología.

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