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¡Buenas, buenas! Nuestra historia de esta semana trata sobre los retos de la escuela contemporánea – sobre todo en América Latina, donde la pandemia ha empeorado las brechas educativas. La educación no solo trata de enseñar materias, sino que también juega un papel en la formación emocional y cívica de los individuos. Tenemos que repensar y experimentar con nuevos métodos educativos, pero sobre todo responder a la pregunta: ¿para qué educamos?

Pero antes, tenemos algunas novedades que podrían interesarte:

🚀 Propel Fellowship. La convocatoria para la nueva edición del fellowship de Propel para digitalizacion de organizaciones sociales está abierta hasta el 28 de agosto.

💸 Finnosummit 2023. Este 26 y 27 de septiembre es el Finnosummit 2023 en CDMX, que reúne a la comunidad Fintech de la región.

🦄 Vamos Latam Summit. El Vamos Latam Summit de Latitud reunirá a más de 4,000 fundadores, inversionistas, y operadores de startups de todo América Latina este 28 y 29 de septiembre en Sao Paulo, Brasil.

📱 Interaction Latin America. El registro ya está abierto para Interaction Latin America '23, que será del 7 al 10 de noviembre en La Plata, Argentina.

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La escuela contemporánea enfrenta un desafío imposible. Y es nuestra culpa.

Hemos construido esta institución, que es el mismo tiempo un espacio y un sistema, y al mismo tiempo que le decimos que es el origen y la solución de todos nuestros problemas, esperamos que sea capaz de resolver esos problemas sin brindarle recursos ni capacidades para hacerlo. No hay problema social de importancia cuyo análisis sesudo no termine en un resignado “al final el problema es la educación”. No hay persona razonable que estaría en desacuerdo con la importancia de que las sociedades inviertan tiempo, energía y recursos en mejorar su situación educativa, y no hay discusión sobre la cuestión educativa que no incluya en alguna parte la referencia a Finlandia y la manera tan inteligente en la que hacen las cosas.

Acto seguido, miramos en otra dirección y seguimos haciendo esencialmente lo mismo que veníamos haciendo antes, que más o menos es todo lo contrario a lo que viene haciendo Finlandia. Quizás porque “no, eso aquí no funcionaría”, o porque “somos un país pobre y no podemos invertir ese tipo de recursos”. O peor aún, porque “ese es el ideal, pero tenemos que ir avanzando paso a paso”.

Yo creo que ya no tenemos tiempo para el paso a paso, y menos aún en América Latina — donde tres años de pandemia han agravado brechas educativas ya existentes y puesto en riesgo avances que se habían logrado en los últimos años. No hemos terminado de recuperarnos de esa tragedia cuando tenemos que adaptarnos rápidamente a nuevas transformaciones a gran escala como son la inteligencia artificial y la emergencia climática. Quizás más que muchas otras señales de cambio, estas dos anticipan una reimaginación fundamental de cómo aprendemos, y sobre qué aprendemos, para las que no estamos preparados: en las próximas décadas, las comunidades de América Latina, y sobre todo su juventud, van a tener que aprender a jugar en una cancha muy diferente a la que conocemos y para la que sabemos cómo prepararles.

La confirmación de la llegada del fenómeno de El Niño entre el 2023 y el 2024 sirven como un anticipo de lo que amenaza con volverse moneda común en los próximos años: la normalización de los eventos climáticos extremos, y su consecuente distorsión de todas las dimensiones de la vida — la salud, la educación, el trabajo, el transporte, la vivienda, y etcétera. Las dificultades que tenemos hoy para organizarnos y mitigar estos posibles impactos, aún teniendo meses de anticipación para prepararnos, es un síntoma preocupante de un problema más grande: no tenemos idea de cómo prepararnos para la emergencia climática.

Este es el desafío imposible de la escuela contemporánea: no consigue darse abasto con todos los problemas que ya enfrenta, al mismo tiempo que necesitamos que pueda hacer mucho más, y mucho mejor, y mucho más rápido. Y nosotros, colectivamente, la hemos puesto en esta situación; y a nosotros, colectivamente, nos corresponde sacarla.

Para empezar siquiera a hacer eso, tenemos que hacer dos cosas: primero, tenemos que desempacar la escuela para entender todos los roles que cumple en la actualidad — cuáles son todos esos jobs to be done, muchos de ellos invisibles, que le hemos asignado a la escuela pero que pocas veces nos hemos dado el trabajo de diseñar. Y segundo, tenemos que pensar en cuáles podrían ser esos experimentos radicales que nos permitan probar en la cancha nuevos futuros educativos y bajo qué condiciones podríamos realizarlos. Porque yo soy de la idea de que en algún momento tenemos que dar el salto y dejar de intentar exprimirle mayor rendimiento a un sistema que hoy hace demasiado más que aquello para lo que fue diseñado, y tenemos que empezar a pensar en nuevos diseños que nos permitan responder con la infraestructura correcta a desafíos que no existían en el pasado.

Todo eso nos va a terminar conduciendo hacia una pregunta gigantescamente filosófica, pero al mismo tiempo inescapable si queremos pensar en cuáles podrían ser esos nuevos diseños: al final, ¿para qué educamos? ¿Para qué existe la escuela? ¿Cuál es el problema que estamos resolviendo con esto que llamamos “escuela”?

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