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Nuestra historia de esta semana es sobre el impacto de la pandemia en los esfuerzos de innovación en las organizaciones – y por qué es importante que dejemos ir la idea de que toda esta incertidumbre pasará, y reseteemos nuestras expectativas sobre por qué y cómo invertir en innovación a partir de ahora.

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Es alucinante pensar que hace apenas un par de años estábamos en medio de una pandemia.

Es más alucinante aún que casi no hablamos del tema. Claramente ha sido una experiencia sumamente traumática y difícil de procesar, y en nuestro afán por sentir que avanzamos lo más rápido posible le hemos echado tierrita a un montón de cosas que pasaron, que nos afectaron, y de las que aún no hemos terminado de hacer sentido. De pronto un día todos en el planeta estábamos encerrados en casa, de pronto teníamos miedo de ir al supermercado, de pronto nos volvimos epidemiólogos de escritorio con opiniones detalladas sobre qué medidas eran o no apropiadas de tomar para responder a lo que estaba pasando.

No solo teníamos que preocuparnos por desinfectar los vegetales, sino que al mismo tiempo todas las organizaciones estaban en llamas. La economía prácticamente se detuvo y muy lentamente tuvo que descubrir cómo reactivarse bajo nuevas reglas de juego muy diferentes a las anteriores. Cualquier pretensión estratégica tuvo que ceder su lugar ante la preocupación más básica de sobrevivir a una transición cuya duración era desconocida. Hoy día todavía tenemos conversaciones en las que preguntamos por una empresa, una marca, una tienda, un restaurante, solo para enterarnos de que no sobrevivió a la pandemia.

Recuerdo esos días de manera confusa, como si el recuerdo estuviera borroso. Porque todo estaba pasando demasiado rápido y todo se estaba incendiando al mismo tiempo. Ante la incertidumbre operativa se volvía imposible tomar una postura estratégica. Y en el proceso, los equipos y esfuerzos de innovación muchas veces cumplieron un rol importante: a medida que muchos productos y servicios de pronto tenían que adaptarse para funcionar de manera digital, muchas organizaciones dispusieron de sus equipos de innovación como los más cercanos y enterados para gestionar esa transición — convirtiendo de facto muchos equipos de innovación en equipos de producto, o equipos de desarrollo digital.

Pero pasado el incendio, en muchos casos esos equipos siguieron funcionando como equipos de producto o de desarrollo digital, y muchos esfuerzos e iniciativas de innovación se vieron reducidos, despriorizados, o simplemente abandonados. La inversión en innovación — en explorar y descubrir nuevas oportunidades para mejorar, expandir, o transformar el futuro de las organizaciones — ha visto en la práctica un retroceso importante frente al terreno que se había ganado en los últimos años con la popularización de la transformación digital, el diseño centrado en las personas, o las metodologías ágiles. Cuando las papas quemaron, muchas organizaciones se vieron en la obligación (o en algunos casos, en la oportunidad) de replegarse hacia aquello que entendían mejor y parapetarse en el business as usual.

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Puedo entender por qué eso era razonable, incluso necesario en ese momento. Pero ahora que ya no estamos en ese momento, creo que es importante que pensemos de otra manera. Hoy quiero explorar por qué me parece importante que las organizaciones en América Latina vuelvan a desplegar esfuerzos sistemáticos alrededor de la innovación, porque ese business as usual que parece ser un refugio es en la práctica una trampa. Un espejismo, una manifestación de nuestra nostalgia post-pandémica.

Y si logramos ver más allá de ese espejismo tenemos que resetear dos grandes preguntas: cuál es la motivación de una organización para innovar, y cuál es una mejor manera para hacerlo que construya sobre todo lo que hemos aprendido colectivamente en los últimos años.

Como diría César Vallejo: “hay, hermanos, muchísimo que hacer”. Así que empecemos de una vez.

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